Adentro y Afuera
La revuelta del ´68
revolucionó la manera de hacer revoluciones.
Por Mónica Eraso /23 mayo 2011
Aún hoy, más de 40 años después del poderoso y nostálgico mayo del 68, cuando pienso en revolución la primera imágen que viene a mi cabeza, es la de una “multitud” tomándose el espacio público. La plaza es el lugar paradigmático del discurso político, pero es justo en ese 68, más mundial que parisino, en donde se evidencia que las luchas políticas pasan también por lo privado, por la casa, la familia y por el cuerpo, el cuerpo sexuado y sexual, el cuerpo deseante, el cuerpo que para ser inteligible ha de tener consigo un documento de identidad en donde se inscribe su nacionalidad, edad y raza. El cuerpo, que hace de algunos sujetos hablantes, y de otros sujetos hablados.
El 68 supone un quiebre, en la manera de hacer revolución, el caos que se logró instalar en Francia estaba en el límite entre la revolución ortodoxa marxista (la toma del poder y su sustitución por un gobierno popular) y la resistencia de la multitud, alianza coyuntural de múltiples singularidades que con la no estrategia como estrategia, cuestiona al poder mismo en cada rincón de la vida : "No es una revolución, majestad, es una mutación"[1].
La alianza coyuntural entre estudiantes y sindicatos, suponía por un lado peticiones materiales concretas (aumento del salario, vacaciones pagas etc.) y por el otro un cuestionamiento a la vida cotidiana, que el capitalismo reinante, había logrado insertar en los aspectos más profundos y más íntimos de la sociedad (recordemos que las protestas de Nanterre habían empezado por un malestar acerca de las normas de dormitorios de chichas y chicos en la universidad).
Dentro del cuestionamiento sobre cómo hacer política, se abrieron posibilidades antes insospechadas de espacios de lucha política, ocupando, la estética o la filosifía del arte, un lugar privilegiado dentro de las herramientas de enfrentamiento al poder durante el 68.
La obra de Chantal Akerman “Saute ma Ville” (http://www.youtube.com/watch?v=wiQfrKtyLMA) y el documental de Jacques Willemont “La reprise du travail aux usines Wonder” (http://www.dailymotion.com/video/x9mrwc_la-reprise-du-travail-aux-usines-wo_news) fueron realizadas en 1968 y se sitúan en ese quiebre entre lo público y lo privado, entre la revolución del proletariado, y la resistencia de la multitud.
“La reprise du travail aux usines Wonder” transcurre en la entrada de la fábrica, (el afuera de la filmación, es metafórico de ese afuera del sistema, que se habitaba furibundamente por esos tiempos) donde los (as) trabajadores debaten sobre lo acontecido, el fin de la huelga. Algunos celebran su Victoria, otros se preguntan por la legitimidad de la decisión.
El documento fílmico que hubiera podido quedarse como un simple hecho anecdótico, toma un carácter casi visionario, al haber capturado la voz que evidencia la “división de lo sensible” al interior del sindicato, que marcará el paso de la utopía revolucionaria moderna a las resistencias imperiales llevadas a cabo por la multitud.
El giro visionario del que hablo ocurre cuando un grito interrumpe el debate y como una navaja troza la idea del proletariado como masa homogénea.
Una mujer anónima, trabajadora de las fábricas Wonder, aúlla indignada por el fin de la huelga, el grito de la “wonder woman” es un grito discordante que pide su lugar de inteligibilidad a la vez que fracciona esa masa unitaria llamada “el sindicato”. Su sonido es discordante desde la forma misma, la política, es el lugar de lo racional, pero sus preocupaciones son expuestas de manera visceral (cabe recordar que como parte de ese “complemento natural” entre hombres y mujeres, los hombres son racionales y las mujeres emocionales) .
De acuerdo con Ranciére, para tener un lugar visible, hay que estar dotado de una palabra común, el uso del lenguaje, hace clara la división entre los que tienen y los que no tienen parte.
Las preocupaciones de la Wonder woman, son constantemente silenciadas, no solo por la forma que utiliza (que es completamente inteligible) sino porque a su subjetividad no le corresponde el lugar de la palabra, es portadora de una singularidad, que hace evidente que “el proletariado” como sujeto político, se tambalea. Su intervención evidencia el disenso, ahí donde se tendría que instaurar el consenso.
Un hombre, toma el papel de portavoz del sindicato, de moderador del debate, decide quién puede tomarse la palabra y quién, permanecer en silencio …”tus camaradas ya decidieron”, le responde a la chica, denotando que las jerarquías al interior del sindicato imitan las jerarquías inherentes a la democracia representativa.
De acuerdo con Ranciere, la política es la ruptura, es la intervención….por una parte de l@s que no tienen parte (y utilizo la arroba, porque sería incoherente, por decir lo menos, hablar de los, que en español, se refiere solo a una parte, y excluye a otras, que, como vemos en el documental, luchan por hacer del sonido que sale de su garganta, algo más que un ruido animal) aquell@s que no han accedido a la representación y a la palabra, aquell@s que cuando luchan por hacer del ruido que producen cuando hablan, algo inteligible.
Lo interesante del film es que documenta la dislocación de lo político, lo político está teniendo lugar en la incómoda negociación entre l@s trabajadores y no, en donde se supone que tendría que ocurrir, es decir, en la negociación entre el proletariado y la burguesía. La voz de la mujer que fue ignorada por sus “camaradas”, aún suena para nosotros gracias al micrófono de la cámara de cine.
Una vez dislocado el lugar de lo político, podemos entrar a mirar la película de Chantal Ackerman “Saute ma ville”.
Ackerman, una chica que a los 18 años vivía en Bruselas, hacía de su espacio privado, su casa, y más específicamente su cocina, su lugar de lucha política. Mientras en las calles del mundo se preparaba el terreno de lo sensible para que su voz pudiera ser oída, ella, desde la cocina de su casa, también daba alaridos, esta vez, a diferencia de la Wonder Woman, Ackerman no intenta acceder al espacio público, se manifiesta a través de su propio cuerpo, un cuerpo “normal”, que cocina, come y limpia, pero también un cuerpo catártico que baila, y que no intentando acceder a la palabra canta, gime, gruñe, aúlla, en definitiva, produce ruido, pero su ruido se hace comprensible a través de sus acciones, de secuencias de acciones inconexas.
La relación entre afuera y adentro es siempre problemática, el video comienza en un refugio casi eufórico que busca la chica al entrar en su edificio. Se mete ansiosamente en la cocina sellando, de manera inútil, la puerta con cinta pegante, para evitar tener contacto incluso con el aire que se respira afuera. Las acciones se tornan más dramáticas, a partir de que la joven se viste para salir, y lejos de moverse de su proclamado encierro explora de manera cada vez mas desesperada maneras de relacionarse consigo misma. Al no encontrar “salida” metafóricamente hablando, la joven opta por un suicidio simbólico, presentado a través del sonido de una explosión.
Las dos obras terminan en un aparente fracaso, en el caso del film de Willemont, el fracaso de los trabajadores que vuelven a entrar en la fábrica y el de la chica, que no logró cambiar la situación, en la obra de Ackerman la chica fracasa en su intento por conciliarse con su vida. Sin embargo, el 68 lejos de ser un fracaso, representa la lección histórica de que la revolución no representa una sustitución del poder sino una mutación de la vida social, en sus aspectos visibles e invisibles.
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[1] Graffitti de Nanterre.
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